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lunes, 19 de mayo de 2025

Cuando la Tierra era el centro del Universo… y tenía sentido que lo fuera

Cuando Ptolomeo salvó las apariencias

Ptolomeo muy orgulloso con sus epiciclos,
 deferentes y, sobre todo, sus ecuantes

Hoy nadie duda de que la Tierra gira alrededor del Sol, y que el Sol, a su vez, no es más que una estrella entre miles de millones. Pero hubo un tiempo —un tiempo largo— en que imaginar esto habría parecido absurdo. En ese tiempo vivió Claudio Ptolomeo, en el siglo II de nuestra era, y fue él quien escribió la obra astronómica más influyente de la Antigüedad: el Almagesto. El manual definitivo para explicar el cielo... aunque fuera a base de 'rodeos'.

No era fácil ser astrónomo entonces. No había telescopios, ni relojes precisos, ni datos fiables. Solo estaban los cielos, el ojo humano… y mucha paciencia. Ptolomeo, como casi todos sus predecesores, asumía algo que parecía evidente: que la Tierra estaba quieta en el centro del cosmos. Y con esa premisa, intentó que las cuentas cuadraran.

Spoiler: lo consiguió. Pero a un precio.

El arte de ajustar un modelo a martillazos

Las observaciones del cielo tenían un problema: los planetas no se movían de forma sencilla. A veces avanzaban, a veces retrocedían (lo que hoy llamamos movimiento retrógrado). Si la Tierra estaba quieta, ¿cómo explicar eso?

La solución no era cambiar la hipótesis de partida —¡ni pensarlo!—, sino ajustar el modelo para que encajara. Así nació la arquitectura de epiciclos y deferentes: cada planeta giraba en un pequeño círculo (epiciclo), cuyo centro a su vez giraba en otro círculo mayor (deferente) alrededor de la Tierra.

Era como dibujar con un espirógrafo cósmico. Y funcionaba. No a la perfección, pero sí lo bastante bien como para predecir posiciones planetarias sin volverse completamente loco... aunque por momentos debieron rozarlo. Ptolomeo pulió y mejoró este modelo heredado, muy posiblemente de Hiparco, (a quien ya dedicaremos su artículo) añadiendo elementos como el “ecuante” (un punto excéntrico desde el que el movimiento parecía uniforme) para que las observaciones encajaran mejor. Si quieres jugar con el concepto aquí tienes un modelo geocéntrico ptolemáico

De sphaera mundi, de Johannes de Sacrobosco. Una versión medieval (c.1230) del Almagesto de Ptolomeo. La fotografía es de una edición impresa de 1550

Desde nuestra perspectiva actual, esto parece un galimatías. Pero hay que verlo como lo que era: un intento monumental por hacer que el modelo coincidiera con lo que se veía en el cielo. No era física, era geometría aplicada con talento y tenacidad. Y durante más de mil años, fue el sistema de referencia para entender el universo.

Antes de menospreciar el esfuerzo de Ptolomeo deberíamos recordar al mismísimo Newton. También él se empeño en encontrar un orden perfecto en el Sistema Solar que no existía y negó las explicaciones de Leibniz como vimos en otro artículo. O qué decir de los físicos actuales modificando modelos matemáticos cada vez más complejos para explicar fenómenos cuánticos o la materia oscura con tal de no bajarse de sus concepciones de salida...

Cuando el centro depende de dónde mires

Hoy decimos que Ptolomeo estaba equivocado. Pero, si nos ponemos quisquillosos, hay que matizar: su modelo era complejo y feo, sí; menos útil que el heliocéntrico, sin duda; pero físicamente, no era incorrecto.

Porque en el fondo, todo movimiento es relativo. Puedes describir el sistema solar desde cualquier punto: desde el Sol, desde la Tierra… incluso desde Júpiter. Lo que cambia es la complejidad de las cuentas. Decir que el Sol está en el centro es elegir un marco de referencia más sencillo y coherente con la dinámica gravitacional. Pero nadie te impide poner la Tierra en el centro… solo que necesitarás muchos más círculos y correcciones para explicarlo todo.

¿Heliocentrismo o Geocentrismo? Cuestión de gustos... o de salud mental

Ptolomeo eligió el centro más lógico para él. No porque fuera terco o ciego, sino porque desde su marco cultural y tecnológico, no tenía razones de peso para hacerlo de otro modo. Y además, su modelo funcionaba. Mal que bien, pero funcionaba.

En otras palabras, la Tierra era el centro del universo... si uno decidía que lo fuera. Esta idea, si bien astronómicamente errónea, era físicamente tan válida como cualquier otra.

Ptolomeo no fue el único. Otros astrónomos, como Hiparco, también trataron de ajustar las órbitas planetarias a la teoría geocéntrica. Pero fue el modelo de Ptolomeo el que perduró durante siglos, gracias a las traducciones árabes, hasta que las ideas de Copérnico finalmente lo desafiarían.

¿Por qué importa todo esto?

Porque nos recuerda que la ciencia no avanza por iluminación divina, sino por ensayo, error, y una voluntad tremenda de que las cosas encajen aunque sea a martillazos. Ptolomeo no descubrió que la Tierra se movía pero nos legó un sistema ordenado y coherente, un método de cálculo preciso y, sin quererlo, el indicio más claro de que el geocentrismo era cada vez más insostenible.

Universo Ptolemaico,
Cornipolitanus Chronographia 1537
Un universo perfecto... o no?

Sin embargo, el principal problema del Geocentrismo de Ptolomeo, no fue su incapacidad para explicar fenómenos o su inexactitud, sino su instrumentalización, siglos después, por la nueva religión imperante en Occidente, el cristianismo. Los teólogos cristianos empuñaron el modelo de Ptolomeo como prueba de la supuesta inmutabilidad del universo y de la posición privilegiada de la Tierra y del ser humano (aunque no precisamente de toda la Humanidad) en el centro de la creación divina. La Iglesia trató por todos los medios a su alcance, y no pocos, de mantener el geocentrismo como una doctrina inapelable - Galileo y Bruno podrían contarnos detalles sobre esto - en lugar de tratarlo como lo que era: un modelo geométrico válido hasta cierto punto y desechable una vez se supera con datos y evidencias.

Pero su caída, con Iglesia o sin ella, era inevitable. Cuanto más complicado era hacer que el sistema funcionara, más evidente se hacía que tal vez la hipótesis de partida no era la mejor. Y así, Copérnico, Kepler y Galileo tomarían el relevo… y le darían la vuelta al sistema.

No olvidemos, sin embargo, que todo gira en torno a lo mismo: elegir un buen punto de vista, lo que en física se llama "marco de referencia". Y que la Tierra no sea el centro del universo no significa que no pueda serlo, si elegimos contar las cosas desde aquí. Después de todo, desde donde miras, tú también estás en el centro.


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